UN LLANTO EN LA JUNGLA


UN LLANTO EN LA JUNGLA

La selva transforma los seres humanos.

SINOPSIS

Un joven burgués de clase media, educado bajo principios tradicionales en la gran ciudad, se encuentra en la selva amazónica destinado por su gobierno a prestar sus servicios médicos con lo mínimo necesario, a una población que se debate por sobrevivir en la jungla.  En su lucha por mejorar las condiciones de vida de una sociedad abandonada, debe enfrentarse a los peligros que amenazan este pulmón de la tierra.

Sus experiencias en medio de la espesura van a cambiar sus conceptos de la vida y a cuestionar seriamente sus creencias.

Una novela que va a enfrentar al lector con sus propias ideas sobre la realidad de la existencia.

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ATERRIZAJE

–Bienvenido querido colega exclamó. Doctor Pardo, si no estoy mal. Sin esperar respuesta continuó, lo estábamos esperando desde hace varios días, entrégueme sus documentos y comencemos a trabajar sin más pérdida de tiempo… Tome asiento querido doctor pero no se lo vaya a llevar, ante la mirada de asombro del joven, soltó una estruendosa risotada. –Era un chiste hijo, afirmó. El hombre se dejó caer de nuevo en la silla y agregó después de revisar los papeles. –Perfecto, todo está en orden, mañana temprano saldrá con Perico para Santa Rita, allá saben de su llegada y lo están esperando con ansias pues no hay médico desde hace tres meses. Al anterior lo mordió una culebra en una mano, pobre tipo, una que llamamos “Pudridora” y se murió a la semana.

–¿Pudridora? –repitió Ricardo, sin comprender con claridad.

–Una serpiente venenosa y muy agresiva, también se le conoce como Talla X, Cuatro Narices, Mapaná y otros nombres, respon­dió. La mordedura ocasiona la putrefacción de los tejidos, gan­grena, problemas de coagulación y falla renal aguda. Por desgracia no tenemos suficiente suero antiofídico para esta clase de víbora, por lo que la mayoría de los que son atacados por ella, simple­mente mueren. Sin embargo no se preocupe, esos animales no se ven con frecuencia cerca de las casas sino en las sabanas, los bosques, cerca del curso de los ríos o en general donde hay humedad.

–Pasemos ahora a lo importante, como le decía Perico lo llevará, hágame el favor de revisar este listado de medicamentos que usted transportará con destino a su hospital, agregó entregándole un manojo de páginas amarillentas en las cuales se podía leer una larga lista de elementos.

–Es una gran cantidad, observó el joven médico, imagino que viajaremos en un avión grande.

Una risotada fue la respuesta. –¿Avión? No doctorcito, su pueblo no tiene un verdadero aeropuerto, allí únicamente pueden aterrizar avionetas pequeñas, sobre algo parecido a una pista hecha de pasto y aplanada con maquinaria pesada, estas Piper viajan un par de veces a la semana y ayer partió la última.

–Ustedes van a viajar por río en una lancha del servicio de salud, calculo que si salen antes que amanezca, tipo tres de la mañana, estarán llegando alrededor de las cuatro de la tarde, una buena hora. ¿Tiene alguna otra pregunta?

RÍO ARRIBA

Avasallado por el hambre, como quiera que con todo lo ocurrido no había cenado ni desayunado, aprisionado en su diminuta cárcel, recibiendo un baño permanente ocasionado por la velocidad de la nave, el espíritu de Ricardo se encontraba cada vez en peor situación, más enervado. Tratando de digerir el cúmulo de experiencias y nueva información obtenida en las últimas horas, intentaba con todas su fuerzas adaptarse a una vida diferente para la cual no se encontraba precisamente preparado, mientras sus pensamientos volaban sin límite, imaginando las pirañas que en las profundidades de esa oquedad rodeaban el bote o los inmensos cocodrilos que acechaban con sus ojos incandescentes sobre la superficie del agua, a la espera de un naufragio que debería ocurrir sin remedio.



Sus pupilas se dilataban en un vano intento de penetrar sin conseguirlo, la densa negrura que los rodeaba, así pasaron horas eternas hasta que en el lugar en que teóricamente debía estar el horizonte, la oscuridad se fue difuminando, siendo reemplazada por tonos naranja que poco a poco incrementaban su intensidad y que obligaron a retroceder los demonios de la noche. Con lentitud, ante sus aturdidos ojos se revelaba el nuevo mundo.



El agua cristalina se extendía alrededor de la barca igual que un océano, hasta el límite de la vista en un manto plateado, alterado por los chapuzones de los peces a la caza matutina de alimento basado en diminutos insectos, mientras atravesaban en sus juegos la estela de la nave y el aire vibraba con el lejano trinar de aves imposibles de identificar que se llamaban unas a otras, quizá a su pareja en el acto divino de la reproducción, acompañado por rugi­dos de fieras que los observaban camufladas en la ribera y risas cantarinas al parecer de hienas o cotorras que desde sus escondites se burlaban a su paso, ocultas de miradas imprudentes entre la frondosidad de las riberas.



Líneas perdidas en el infinito, cubiertas por el verde de la espesura que enmarcaba los confines apenas adivinados de las aguas, arriba el astro rey distribuyendo su esplendor, iluminaba el panorama aumentando con sus rayos de fuego la temperatura, obligando a humedecer las cabezas hasta tal grado, que un pañuelo mojado tuvo que ser colocado en la testa, para evitar que el cerebro se derritiera sin remedio.

SANTA RITA

El desayuno, en realidad era como para levantar muertos, por lo caliente y abundante. Preparado con manteca de cerdo, la cual saboreaba por primera vez en su vida, el paladar de Ricardo quedó cubierto por la grasa dejando un sabor desagradable, sin embargo ayudó a disipar el mareo que lo embargaba gracias al licor ingerido minutos antes. Poco a poco la gente se acercó a darle la bienvenida y satisfacer la curiosidad por el nuevo galeno.

La mayoría de ellos eran granjeros, obreros humildes o vaqueros que una vez finalizada la primera comida del día se dirigían a los campos a realizar su diaria labor.

En una mesa alejada, en la parte posterior del establecimiento, cerca a la cocina humeante, dando la espalda a la pared y la cara enfrentando la entrada del restaurante, un hombre desbordaba con su gigantesca humanidad, ciento veinte kilos de peso y un metro noventa y cinco centímetros de estatura, la pequeña silla sobre la cual reposaba, mientras comía tomando a manotadas los alimentos que desaparecían en sus fauces, engullidos como lo hiciera un ver­dadero animal. La cabeza cubierta por un gorro de piel, igual que su chamarra cruzada por dos cananas llenas de balas, de su cinto pendía el cuchillo más grande que Ricardo hubiera visto y el consabido revólver niquelado, en una preciosa funda hecha con piel de cule­bra, los pantalones elaborados con materiales similares a los de la chaqueta y las botas hasta la mitad de la pierna, completaban el atuendo. A su lado, recostado contra la pared, descansaba un rifle casi tan grande como el dueño.

Atraído por semejante figura, el médico no dejaba de observarlo hasta que el gigante levantó su cabeza en su dirección, sus ojos negros como las profundidades del océano, fríos, iguales a los de un tiburón, inexpresivos, con el hielo de la muerte consumido en ellos, su cara se encontraba atravesada por una cicatriz que par­tiendo desde la frente, cruzaba sobre el párpado izquierdo, el cual deformaba, impidiendo que cerrara con normalidad y prose­guía hasta el mentón del mismo lado, elevando la comisura de la boca que se manifestaba con una expresión sardónica. En silencio, miró al galeno sin ningún interés al parecer, para después retornar a su comida en medio de estrepitosos eructos y chasqueando sus dedos para llamar a las solicitas meseras que corrieron apresuradas, trayendo bandejas con abundante comida, desaparecida por encanto en las fauces del gorila.

Episodio 1 La Hija de don Porfirio

Episodio 2 La Serpiente

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